UNA VISITA AL HOSPITAL

Josep y Mateu, dos voluntarios del equip de carrer de Arrels, nos han enviado este escrito.

El pasado jueves Mateu, Miquel y yo, visitamos a Dora que hace un par de semanas ingresó en el Hospital Clínico y vivimos una experiencia enriquecedora. Al vernos entrar se alegró de la visita, hablamos un poco con ella y a pesar de que tenía buen aspecto, enseguida nos dimos cuenta de que estaba muy triste. Tanto, que aunque intentaba no dejarse vencer por el llanto, al poco se puso a llorar con desconsuelo y con pena, no eran sollozos, sino ese llanto contenido y profundo que surge de muy adentro. Lentamente se fue calmando, Miquel le comentó que tendría visitas de gente de Arrels y la despedida volvió a ser normal y agradable.

Pero al salir, cada uno de nosotros sabía que durante la visita habían pasado cosas importantes y quisimos compartirlas y reflexionar sobre ellas.

Lo primero que comentamos fue, que no dejaba de ser una paradoja que estando Dora en el hospital, bien cuidada, medicada, durmiendo bajo techo, limpia, comiendo a las horas y visitada por su compañero, tuviera esa sensación de pena o de soledad tan profunda que le inundaba por dentro. ¿Porqué? Nos preguntábamos los tres al salir. ¿Que pasaba en su interior que le hacia sentir tanta pena? ¿Cuáles podían ser los verdaderos motivos?

Procuramos no contestar a  esa pregunta de forma fácil o automática, con respuestas que ya todos sabemos, sino de profundizar un poco más en los posibles motivos y este es el pequeño resumen de aquella improvisada reflexión:

Los tres estuvimos de acuerdo en que ellos se sienten muy solos y abandonados, cuando están fuera de su entorno habitual que es la calle y muy probablemente, a lo largo de estos días Dora ha tenido mucho tiempo para conectar consigo misma y con su actual realidad sin la posibilidad de engaño o fantasía que proporciona el alcohol y eso ha de ser muy duro, porque es un enfrentarse a un “no soy nada ni nadie en esta sociedad de la cual un día me excluyeron o me excluí”.

En cambio, en la calle a pesar de que es una vida dura y difícil, les es fácil encontrar compañeros y un cierto apoyo entre colegas, van de aquí para allá, conocen a gente, pueden explicar sus historias medio inventadas y hasta creérselas, podríamos decir que en su fuero interno saben que están solos, pero a la vez se sienten alguien dentro de ese mundo marginal y sobre todo tienen el apoyo del rey del olvido y de la fantasía en forma de tetabric.

También comentamos que toda persona que se ve abocada a desconectarse de la sociedad sufre un trauma psicológico muy importante. Creemos que sobre todo el periodo inicial de un proceso de marginación va ligado a situaciones traumáticas, al dolor interno, a la baja autoestima y a situaciones no superadas. Es por eso que cuando les toca vivir un acercamiento al sistema, sea de forma temporal como la Dora en el hospital, o en cualquier intento de reinserción, se enfrentan a su realidad actual y pueden revivir todo el dolor de aquel proceso inicial que le llevó, hace quizás muchos años, a su exclusión y eso ha de ser extremadamente doloroso y en la mayoría de los casos difícilmente superable.

A partir de aquí se abren tantos interrogantes…… 

¿Para qué quiero rehabilitarme si ya no valgo para hacer nada?

¿Cuándo les ofrecemos algo, pensamos en ellos como personas que son, o nos dejamos llevar por nuestras ideas de lo que creemos que es lo mejor para ellos?

¿Cómo consolidar el vínculo creado inicialmente con ellos?

¿Somos capaces de intuir su soledad? y a partir de ahí estar un rato con ellos y solo con ellos?

Josep i Mateu

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