NUESTRO CABALLITO DE CARTON

TIOVIVO Y EL EXCLUIDO

Hoy, por fín, hemos sabido del lugar en donde posiblemente duerma José. Hacía tiempo que alguien nos había dicho que un hombre, de entre 50-55 años, dormía desde hace años en un parque de la parte norte de Barcelona. Puri y yo habíamos ido varias veces, pero no encontrábamos ningún indicio. Hoy sí: Entre unos matorrales, al final del parque, muy escondidos, hemos visto un colchón, alguna manta, ropa, bolsas… Todo muy sucio. Pero del inquilino no hemos sabido nada.

Cerca de allí, sentado en un banco, descansaba un hombre con barba, no demasiado limpio y bastante derrotado ¿de la vida?… Le preguntamos si sabía de alguien que durmiese allí. Pero antes hemos hablado de su vida. ¡Tenía necesidad de hablar de su vida! ¡Tanta gente sola que necesita hablar de su vida…! Nos dice que va a cumplir 87 años, que le duelen las rodillas y se cansa, pero que todos los días camina por no quedarse en casa solo. Pero se cansa y le duelen las rodillas y tiene callos en los pies; pero, aún así, todos los días se va de su casa para andar y no estar solo.

Luego, después de haber hablado de su vida, nos dijo que no, que no conocía a nadie que durmiese allí. Aunque hay mucha gente que duerme en los parques. Pero él no se mete en sus vidas, porque «a esta gente les gusta vivir así. Y cuando, en invierno, los coge la Policía Urbana y se los lleva a algún albergue, ellos se van. Prefieren estar libres. Yo no me meto en sus vidas. Cada uno es como es…»

¡Adiós, señor!. Nos alegramos de haber podido hablar con usted un rato. ¡Cúidese de esas rodillas…!

Y me ha venido a la mente el Tío Vivo de la vida, nuestro caballito de cartón al que estamos agarrados y del que no queremos soltarnos por nada del mundo.

NUESTRO CABALLITO DE CARTÓN

Nuestra sociedad es una sociedad de triunfadores
Los mediocres y los débiles, no cuentan, se caen.

¡Vamos tan deprisa… corremos tanto…, que apenas notamos a los que dejamos fuera olvidados, excluidos!…
De vez en cuando, y siempre desde nuestras posiciones “bien ganadas”, miramos a los que se quedan rebozándose en las miserias y, cuando los vemos, hasta se nos remueven las conciencias:

“¡Pobrecitos!, ¡qué mal están!”.

Y es entonces que desde nuestra atalaya de privilegios -y también con toda nuestra buena fe- les ofrecemos más de lo mismo: Dinero, comida, ducha para lavarse, techo para dormir…
Subidos en nuestro caballito de cartón, les tendemos nuestra mano para que vuelvan a subir al Tío Vivo del que ellos cayeron y en el que seguimos girando el resto de los mortales.
Pero no paramos.
Esta sociedad no es capaz de pararse y bajarse para saber de lo que ellos necesitan. Si lo hiciera y se acercase sin prejuicios, con la mano tendida no sólo a dar sino a escuchar y a recibir, sabríamos más cosas.
Entonces aquella gente nos hablaría de sus frustraciones y de sus debilidades:
De cuando se quedó sin trabajo y no supo reaccionar porque se le vino el mundo encima.
De cuando tuvo que dejar su casa porque no se entendía con su mujer y se hundió en la calle.
De cuando, estando en la calle, tuvo miedo y comenzó a beber.
De cuando volvió a beber, cuando parecía que todo le volvía a ir bien.
De cuando, cumplida su condena, volvió a encontrarse en la calle.
De cuando se quedó sólo porque su madre murió y era lo único a lo que estaba enganchado de amor…
De cuando…

Y es que, cuando sales del Tío Vivo, es tan fuerte el batacazo…
Entonces te cuentan cómo los que siguen girando se ríen de ti. Y comienzas a ponerte corazas para que la calle no te duela.
Y bebes. Y  ya no te importa ni que te miren, ni que se rían, ni que te peguen.
Y te apartas. Y te aíslas. Y la soledad se apodera de ti.
Y empiezas a no fiarte ni de Dios que te dejó tirado en medio de la nada.
Ni de Dios ni de ti que ya ni te sientes: Ya no eres, solamente estás.

“¿A quién le importa que estés sucio? Yo ya estoy bien así. Ni me huelo, porque es que ya ni me siento”.

Pero nuestro Tío Vivo continúa girando cada vez más deprisa.

Desde allí, sentados en nuestro caballito, en vez de pararlo, de luchar por detenerlo, pretendemos -¡exigimos!- que, los que están fuera, de la noche a la mañana se desvistan de todos sus sinsabores, de todas sus debilidades, de todas sus carencias, de todas sus indignidades y se suban a este Tío Vivo que no deja de girar y en donde los que quedamos nos afanamos por agarrarnos, cada vez con más fuerza, al eje que sube y baja, pensando que así, ¡pobres ilusos!, nunca nadie ni nada nos podrá echar de nuestro muy lindo caballito de cartón…

Agosto, 2007

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