Es agradable la noticia de que a un restaurador, que juega con los alimentos para satisfacer las papilas gustativas de sus clientes, que hasta esperar más de un año deben de aguantar para sentarse a la mesa para, además, pagar 200 o 300 euros, en estos días hemos oído o leído que le han concedido otro importante premio.
Sobre todo para, junto a la risa que le debe suponer que poco más de esos euros cobran cientos de miles de personas y es que, aunque parezca reivindicativo el caso, más de uno, que no luce bermudas en ningún yate, pero que hasta hace poco, siendo un obrero, presumía de haber ido a las islas griegas, tampoco le hubiera importado el experimentar sensaciones nuevas en el paladar; pero ¡hete aquí! que una serie de impedimentos, entre ellos la falta de trabajo, le ha hecho poner los pies en tierra firme y ver más de cerca los 400 euros del paro que no la comida en este templo del comer.
Creo que ser ingenuo es conservar una parte del niño que llevamos dentro. Así la parte mía me hace creer que es posible, cuando esto lo sea, hacer voluntariamente media hora más de jornada legal todo aquel que cotice en su comunidad correspondiente, o como políticamente se llamen, no para ayudar tan sólo a los demás, sino como garantía de que la solidaridad que ello implica, en algún momento puede beneficiarle a él o a alguien que conozca.
Atentamente y a la espera del cheque mensual,