HISTORIA DE UN CAJERO, LÉASE YO

Hacía tiempo que Gabriel nos tenía abandonados.
Estaba callado, no sé si para bien o para mal, él sabrá.
Hoy resurge y aparece. Nos alegramos.

Historia de un cajero, léase yo, que mis puertas abren y cierran al cabo del año cientos de persona bien olientes que sacan, de su mucho o poco saldo, el dinero que necesitan. Las hay de todas clases y diferentes según los días de la semana. Algunos miran con recelo a quien encima de un cartón duerme, o lo hace ver, protegido del suelo. Las opiniones y gestos son desde la sensibilidad de quien le ofrece dinero para un café mañanero, a quien hace los ademanes de un olor que no le gusta, del que entra con miedo a la posible reacción del que está tendido y, ¡cómo no!,  del que, con la cara vuelta y tapado con su manta, resuena, como radio al oído, el entrar y salir, la introducción de la tarjeta y la salida del dinero a la vez que presiente la última mirada cuando se guarda el dinero.
Hecho de menos a muchos de mis anteriores inquilinos, sobre todo en estas fechas en las que el frio aprieta. Unos, seguro que habrán muerto, otros, habrán cambiado de residencia y, otros, pues la verdad no sé, pero lo que es seguro es que, mientras mantengan cajeros sin cerrar, me serán muy bien venidos e intentaré, sin nada que preguntarles, darles todo el calor que pueda.

Gabriel

Un comentario en “HISTORIA DE UN CAJERO, LÉASE YO

  1. Bea dijo:

    Hola Gabriel,

    Soy Bea, me alegra mucho que hayas vuelto a escribir. Tus letras llegan con fuerza y sentimiento, me hacen ver las cosas de otra manera. Te agradezco que quieras compartirlas con nosotr@s y te animo a que nos sigas regalando tus palabras.

    Un saludo y espero verte por el centre obert.

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