Hacer la calle: mis primeras impresiones

Anna es voluntaria de Arrels y nueva en estos avatares de hacer calle. Estas son sus primeras reflexiones escritas. El otro día las quiso compartir con todo el equipo de calle. Le pedí de poder escribirlas también aquí, en el blog. Ella accedió y amablemente tradujo el original al castellano a partir de su lengua materna, el catalán.

Acabando ya la fase de formación para pasar a colaborar plenamente en el equipo de calle, me doy cuenta de que queda mucho camino por recorrer, muchas horas de vuelo por delante y que no será fácil dejar de sentirme eternamente aprendiz. Observo las apreciaciones, las emociones y los sentimientos que provocan en mí cada una de las experiencias de calle. Percibo como poco a poco voy aprendiendo a calmar interiormente aquello que al principio parecía una urgencia improrrogable, a dar prioridad a la reflexión ante la emoción.
También he asumido la idea de que la mayoría de las personas con las que tratamos no siempre quieren dejar la calle, o por lo menos, no quieren hacerlo en las condiciones que podemos ofrecerles; han llegado a un punto en el que sólo les queda algo que perciben como libertad y a lo que no quieren renunciar ni un ápice y por lo tanto, en principio es innegociable.
Entiendo que tendré que aceptar ver la degradación progresiva de una persona que no quiere aceptar ningún tipo de ayuda. Y entiendo, en estos casos más que en cualquier otro, el papel del acompañamiento.
Pero me doy cuenta que esto no es así para todo el mundo y que hay casos en que la degradación que percibo y seguiré percibiendo no es por una negativa a recibir determinada ayuda, sino porque la ayuda no llega, porque no se resuelve el problema básico de la vivienda. Precisamente ayer, en la reunión del recuento, Anna Maria, una trabajadora del albergue de Zona Franca, nos explicaba que había muchas personas durmiendo en la puerta, esperando que surgiera una plaza, y que cuando sucedía, daban prioridad al grado de vulnerabilidad de la persona o al tiempo que llevaban esperando –días-. En estos casos pienso que el acompañamiento es especialmente difícil porque hay algo que puede parecer contradictorio, o que cuestiona el sentido del acompañamiento desde su raíz:
De alguna forma, nosotros estamos delante de ellos, al otro lado de una línea invisible (quizás la puerta de un hogar), en el lado de la “sociedad formal, oficial, ortodoxa…”, de la misma sociedad que desde sus formas organizativas les niega unas condiciones dignas. Da lo mismo que seamos voluntarios, trabajadores, o políticos…, da lo mismo que no seamos nosotros directamente los responsables de proporcionar estas condiciones mínimas -¿realmente no lo somos nada?-, estamos en el mismo saco. Y ahora se hace cada vez más evidente, más dramáticamente evidente, que los recursos son finitos y no pueden llegar a todos los que los necesitan y los esperan, y por tanto parece que nos tengamos que resignar a ver ante nosotros la degradación progresiva de aquellos a quien la Fortuna ha negado una ayuda básica, y escuchar estoicamente las quejas y la rabia, mientras pensamos que tienen razón y que no podemos hacer nada.
Y a pesar de todo, no me resigno. Pienso que hay que pensar, hay que inventar, hay que reclamar. ¿Habrá que hacer, tal vez,  como hacían nuestros antepasados? Volver a la solidaridad popular que se organizaba improvisadamente en cooperativas de abastecimiento, sociedades de auxilio y otras iniciativas surgidas, no de la administración, sino de la población, de las personas, a fin de cuentas.

 

Anna Plans

2 comentarios en “Hacer la calle: mis primeras impresiones

  1. Creo que conseguiriamos más de la población, de gente anónima que de la administración. Prueba es muy clara en muchas ocasiones que he visto esa generosidad, que por otro lado no existe por parte de la administración, ayuntamientos o gobierno.
    Me ha gustado mucho lo que has escrito, y si, es duro ver como alguien se degrada y no puedes ayudarla, porque no se deja. Un saludo

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