Miquel Juliá me ha permitido traducir del catalán un relato de una intervención que tuvo hace unos días. Es un escrito duro, pero fundamental para poder entender lo que hacemos en la calle. Nada más colgarlo en su Blog, hubo comentarios diferentes e incluso contradictorios entre los propios profesionales y algunos voluntarios de Arrels. Creo que merece la pena leerlo y me gustaría que hubiesen opiniones.
Cuando se habla de «salvar» vidas, a mí al menos me faltan respuestas y certidumbres. Se ven muy claras las cosas cuando las ves desde la barrera y tienes tus espaldas cubiertas (el trabajo, la familia, los amigos, la casa….)
Había recibido una llamada desde Santa Lluïsa de Marillac donde una trabajadora social nos avisaba y nos pedía si podíamos intervenir en la situación de un chico de unos 25 años, húngaro, y que, viviendo en la calle, pasa la mayor parte del día por los alrededores de la Plaza Real de Barcelona. La demanda de intervención se hacía, principalmente, por el mal estado de un dedo de su mano.
Aquel día yo hacía calle con Matías e Isabel del Equipo de Salud Mental y, acercándonos a la Plaza Real, sospechaba que el chico que buscaba se trataba de Karl, a quien, en muchas ocasiones, tanto desde servicios sociales como por nosotros mismos, habíamos ofrecido la posibilidad de recibir atención en Arrels o en algún que otro albergue de la ciudad.
Estábamos preguntando a otras personas de la plaza por si conocían a alguien con un dedo de la mano en mal estado, cuándo vimos a Karl sentado en un banco en el otro lado de la plaza.
El hecho de que Karl sólo hable inglés y que siempre vaya colocado, nos hace siempre difícil el establecer una buena comunicación.
Karl casi siempre nos pide un euro cuándo ni siquiera hemos intercambiado dos palabras. Su “-Have a nice day!- (que tengáis un buen día!) es también la frase con la que acostumbra a despedirnos a los treinta segundos de presentarnos.
Aquel día, sin embargo, acercándonos, vimos enseguida que en su mano derecha había algo que no iba bien. A cierta distancia ya se veía una protuberancia negra en uno de los extremos de la mano. De bien cerca nos asustó lo que ya no parecía un dedo: una cosa ennegrecida, engangrenada, podrida, que abultaba el doble de lo que tendría que hacer un dedo en buenas condiciones. Una masa de carne infecta que se asfixiaba con un anillo no sacado a tiempo por allí donde el dedo se une al resto de la mano. Aquel anillo,… aquel anillo estaba apretando la herida de manera tal que daba la sensación que el dedo podría desprenderse a causa de cualquier sacudida brusca. – Hola Karl….Somos Isabel, Matias y Miquel. De Riereta. ¿Como estás? Qué te ha pasado en el dedo???
El malestar de aquel dedo no nos permitía pensar en otra cosa que el poder ayudarlo de forma urgente.
Quizás aquel día Karl nos permitió seguir la conversación un poco más, ya que, al pedir un euro para un café, me ofrecí rápidamente a traerle el café yo mismo. Con nuestro mal inglés, advertimos ansiosamente que el médico del ambulatorio se encontraba a dos minutos de la plaza.
Karl hablaba de lo mal que se podía sobrevivir en España: Poca ayuda que recibía en Barcelona. Poca ayuda en Valencia, y en Bilbao …
Isabel me preguntaba:
– ¿Qué dice? tradúcenoslo. …
– Espera…-contesté yo- sólo dile que sí y asiente conmigo. Intuía yo que Karl nos estaba sermoneando. Era evidente que hacía días que su dedo estaba muy mal y que él no estaba nada dispuesto a ir al médico.
Isabel le repetía una y otra vez que era de vital importancia la visita de un médico. Porque si la infección…, que si se puede infectar la mano. … que si la falta de cuidados podría tener consecuencias fatales para Karl. …
– ¡Nosotros somos enfermeros y, si quieres, podemos ayudarte, porque este dedo está muy mal, Karl!
Matias, en este momento dirigiéndose a Isabel y a mí, fue categórico en lo que todos ya suponíamos a la vista de los hechos: -De lo que se dice dedo, ya lo ha perdido. Lo que haría falta ahora es detener la infección …
En aquellos momentos yo ya sólo escuchaba el discurso aparentemente incoherente de Karl. Escuchar y asentir. Nada más. Era como si me diera cuenta y comprendiera perfectamente que, para Karl, la situación de su dedo no era lo más importante. Era como si yo me metiera en la piel de él y comprendiera, de repente, que el dedo ya había dejado de tener importancia. Tampoco importaba la mano. Ni el brazo … Karl lapidó las dudas:
– Ahora todos os preocupáis por mi dedo. Lo que está mal no es mi dedo, sino mi vida.
– Tienes toda la razón del mundo, Karl!- respondí yo.
– Have a nice day!.
Fue frustrante. Alejándonos y llenos de ansiedad discutíamos cómo ayudar. ¡Qué poder hacer!
¡Forzar un ingreso en el hospital!
No. Karl es libre y está decidiendo cómo proseguir con esta vida que lo ha llevado hasta aquí.
“Pero no es cierto que no se le haya ayudado. Ha sido él quien ha rechazado la ayuda en ésta y también en muchas otras situaciones.”
Éste es el primer planteamiento que nos viene a la mente …
Y ya estamos!…
Ya estamos culpabilizando al otro como consecuencia de no querer la ayuda ofrecida!.
Y si bien es cierto que Karl ha sido libre para escoger los caminos que lo han llevado hasta aquí, también lo es que las ayudas que se le han ido ofreciendo no han tenido lo bastante en cuenta su situación, el tiempo necesario dentro de su proceso. Es como si dijéramos: “Te ofrecemos eso. Lo coges o lo dejas, pero si optas por rechazar la ayuda, tú serás el responsable de la situación en la que, consecuentemente, te encontrarás.”
Si. En parte es cierto…. sin Embargo. …
No!.
La ayuda que se le ha ofrecido a Karl sólo ha respondido en aquellas partes más urgentes de su complicada situación: el poder no dormir en el raso, la comida, el médico,…
No.
Karl, a pesar de la ayuda ofrecida, probablemente no ha tenido oportunidad de ser escuchado, de ser acompañado, de ser comprendido. Quizás nunca ha sentido que alguien le diga: “estoy y estaré contigo, aquí, sea cuál sea tu situación”.
El dedo de Karl nos provocaba angustia. Isabel me decía:
– Ya entiendo lo que dices. El trabajar desde el estar, desde el acompañar. Pero entonces, ¿qué es lo que él necesita?, ¿hasta cuándo tendremos que esperar para poder acompañarlo al médico?-
¡No y no!, otra vez.
Estos interrogantes nos los formulamos sólo cuando nuestro pensamiento está tan sólo ocupado por la angustia de la situación urgente. No. Tenemos que comprender que el dedo sí, es urgente. Pero no es lo importante!!.
Lo importante será estar al lado, acompañar. Y eso quiere decir asumir e integrar en nosotros la angustia que produce aquel dedo que poco a poco se va perdiendo. También la vida??
No lo sé.
No lo sé, lo que él necesita.
Quiero estar con Karl!. Y quiero que él sienta que yo estoy. Cuando sea el momento ya me dirá él lo que necesita.
No lo sé!. Sólo siento que, a pesar de mi angustia y, a pesar del padecimiento de Karl, el hecho de estar juntos nos libera. Como personas. …
¿Durante cuánto de tiempo?
Durante todo el tiempo del mundo!!
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Esta situación hace días que la he ido comentando con otros compañeros y, quien más y quien menos, todo el mundo se pronuncia.
Salvador, director de Arrels, concluye magistralmente:
Es una magnífica situación entre la que se puede entrever la diferencia entre aquello urgente y aquello importante de nuestra tarea. Pero hay que pensar también que, sin la angustia que nos ha provocado aquello urgente que habría que hacer en la situación de Karl, no nos hubiéramos dado cuenta de lo que era verdaderamente importante en este caso: La relación como personas …