De Arrels he aprendido muchas cosas. De las personas sin techo, todo.
Sobre todo Arrels me ha ayudado a ver a las personas más allá de las apariencias.
En la calle te encuentras gente tirada para todos los gustos.
Arrels apuesta por los que están peor.
Los más desestructurados, los más pisoteados, los más borrachos, los más débiles, los más viejos… los que casi nadie quiere.
Y no por esto ni son los mejores, ni los más buenos, ni los más agradecidos…
Con frecuencia es al contrario: si casi nadie los quiere, será por alguna razón…
Quizás son los más violentos cuando beben de más…
Quizás son los más pendencieros cuando se les sube la adrenalina…
Quizás son los más vociferantes cuando no se les da la razón…
Quizás son los más exigentes cuando te piden…
No. Seguro que no son los más santos varones y es por eso que les echan de todos los sitios.
Arrels me ha enseñado que es precisamente a éstos a los que no quiere abandonar.
Y la experiencia me ha demostrado que, cuando no se les abandona, hay resultados.
Resultados apenas tangibles en algunos casos. Verdaderos milagros en otros. Rentables… ninguno.
Muchos son de ida y vuelta. De los que ahora estoy y mañana no se sabe donde están. Pero todos vuelven.
Y, cuando vuelven, Arrels los acoge. Como si no hubiera pasado nada. Sin rellenar nueva ficha. Sin crear nuevos protocolos de admisión.
Preocupándose, eso sí, de cómo estás y qué necesitas…
Si es necesario les busca medios para pasar la noche. Pero hay quienes no duran dos noches seguidas, o porque se van, o porque les echan.
Arrels no dispone aún de plazas propias que ofrecer para este tipo de personas y tiene problemas para que, según quiénes, puedan ser admitidos en pensión. Por otro lado la administración es lenta y busca la rentabilidad de las instalaciones. Si uno se va y deja una plaza vacía, la llena con otro: hay lista de espera. Con lo que, cuando esta persona que se fue, quiere o puede volver, tendrá que rellenar de nuevo los trámites y esperar. Pero que conste que hoy por hoy el Ayuntamiento, con todas sus pegas, es la única institución que tiene plazas y acoge a este tipo de personas para dormir y les hace un mínimo de seguimiento.
Y quien esto más lo sufre -no hay secreto- son los mismos: “los culos inquietos”, los más desestructurados, los más crónicos…
Es difícil encontrar instituciones o programas que apuesten por estas personas. A lo más, cuando a esta sociedad le da vergüenza tenerlos tirados por las calles -y más si ya son viejos-, se les aparca, porque, según ellos, ya no tienen solución… Costaría mucho dinero y hay que rentabilizar lo que se tiene, para llegar a más personas y ayudar a quienes aún tienen posibilidades de aprovechar la ayuda. Estos, «los más-nadie»… no cambiarán… Es tirar el dinero…
Es difícil llevar la mirada de Arrels hacia los más desgraciados. Es difícil convencer que Antonio, aún echándole por diez días del Centre Obert por haber faltado agresivamente el respeto a otros usuarios, cuando hacía justo el onceavo día, allí estaba, en la puerta de Arrels para hablar con Marta o con Josep María o con Ana, que ya Antonio no hace discriminación de sexo (¿o no?): “Porque, ¿sabes?, estoy muy solo…”
Quienes conocemos a Antonio, sabemos de sus progresos. Seguramente progresos insignificantes cuando son valorados en los números de las estadísticas y en las rentabilidades sociales. Pero progresos profundos en el alma de Antonio, en sus sentimientos, en sus relaciones, en sus emociones… Pero sigue en la calle y seguirá en la calle. Y si algún día alguna institución lo acoge, será seguramente para atarlo en una silla que no se escape o para volverlo a echar a la calle. Y nadie le entenderá cuando diga: “Porque, ¿sabes?, estoy muy solo…” “Tú te lo has buscado”, será la respuesta.
Arrels, que sabe que con esta gente no se valen las prisas, se convierte en referencia para estos «más-nadie», porque saben que Arrels confía en ellos y tiene para ellos todo el tiempo del mundo.
Oir estas palabras y estas valoraciones, hace que uno se sienta orgulloso de estar en Arrels. Un saludo muy fuerte!
Me gustaMe gusta