Todavía tengo en la mente la mirada de Paco fija en mí.
Puri se había acercado y le había hablado; pero su mirada no se apartaba de mí.
Aquel no era el Paco que habíamos conocido a finales de Mayo.
Entonces vivía en su castillo con sus tres carros como almenas.
Allí era el amo de sus dos metros cuadrados en donde dejaba caer todo su cuerpo, con todas sus mantas y todas sus bolsas y todos sus olores…
Allí mandaba su autoridad.
Con su barba blanca grande y espesa, él era, allí, en su rincón, el dueño de su vida, de sus sentimientos, de sus horas, de su tiempo…
Ahora no.
En la quinta planta del Hospital del Mar, atado a un sillón, medio caido, Paco se me apareció como un fantasma, perdido, suplicante: ¡Sacadme de aquí!
La semana pasada no le encontramos en su rincón. Estaban todas sus cosas, pero Paco había desaparecido. Al cabo de unos días gente del barrio informaban a Miquel que había sido ingresado en el Hospital del Mar: Le había dado una embolia.
Puri y yo ayer no hicimos calle, quisimos ir a ver a Paco, para estar con él, estar a su lado, darle un apretón de manos, animarle, decirle que su rincón le espera…
Nada más entrar por la puerta de la habitación sentí la mirada vencida y suplicante de Paco que se me clavaba como una aguja penetrante en mi cuerpo. Me hacía daño. No, no era pena lo que sentí, era daño, dolor, impotencia, compasión en el sentido más cercano y amable hacia Paco.
Le dí la mano y él me la estrujó con fuerza y sin quererla soltar. Nos reconoció nada más vernos y, quiero creer, que se alegró de vernos.
La embolia le ha dejado paralizado medio cuerpo y medio habla. Y como antes apenas se le entendía cuando hablaba, ayer no nos enterábamos de nada de lo que decía.
No era Paco. Le habían quitado su barba larga y blanca y sus cabellos estaban recortados. No era el Paco que conocíamos ni estaba en su castillo.
Era un abuelo inválido, con ese faldón que dan en los hospitales, que no llegan a tapar ni las vergüenzas, atado a un sillón y desparramado a la espera de que alguien le entendiese que quería que le levantaran para ponerlo bien sentado.
Al final le entendimos. Puri y yo lo intentamos, pero no pudimos. Me acerqué al espacio en donde están los profesionales y al rato entró una enfermera. Nos pidió colaboración y así, entre los tres, tiramos de Paco hacia arriba hasta colocarlo sentado.
Y se fue. La enfermera se fue sin esperar a más.
Sin embargo Paco necesitaba orinar, pero ya la enfermera se había ido.
Con gestos, Paco nos había hecho entender que necesitaba orinar.
“¡Si tienes pañales…!” -le decía Puri-, pero él con la mano, la que podía mover, nos decía que no: que él quería orinar como Dios manda.
Paco, el tirado, el que vivía en un rincón rodeado de suciedad y miseria, ¡no quería mearse encima…!
Pero no fue posible.
No supimos cómo hacer.
Siento que escondí la cabeza bajo el ala y no busqué soluciones. Me sentí mal.
¡Era el grito de su dignidad! y yo no supe qué ofrecer, qué solución dar…
Me fuí. Como la enfermera, me fuí.
Le volví a dar la mano y Paco me la volvió a estrujar sin querérmela soltar: “Adiós, Paco, te guardamos los carros, allí en tu rincón”.
Y lloró…
El dueño del castillo, lloraba de impotencia, de soledad, de vencido…
Me sentí con rabia, incómodo, inútil…
Me afectó su lágrima, sólo una lágrima le ví caer por su rostro. Pero sobre todo me afectaron sus muecas desgarradoras que intentaban arrancar gritos de angustia, que no llegaban a sonar. Eran muecas mudas cuyos gritos machacaban mi corazón.
¡¡Prefiero veinte Pacos dueños de sus vidas en sus castillos de carros y suciedad a un Paco vencido, esperando a que llegue la muerte, injusta por no llegar!!
…acompañemosles y respetemosles, porque son personas iguales que nosotros, repito iguales que nosotros, sucios y que hacen mal olor, eso si, pero tan dignas como cualquiera de nosotros. Y revisemos de paso nuestros patrones de ayuda, ¿sabemos si encerrandolos en algún centro, les ayudamos realmente? Animo Enrique, me hago cargo de lo que sentiste.
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…acompañemosles y respetemosles y revisemos nuestros patrones de «ayuda social» que me temo que lo único que contienen es «quitese ud., de aquí caballero
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Creo que no hay palabras… creo que todo el mundo al leerlo se sintió allí contigo marchándose…
Creo que en este escrito se ve muy claro que los castillos son los que cada uno construye y que muchas veces queremos construir castillos a los demás como serían los nuestros, juzgando la postura de los demás…
Creo que con los «sense sostre» la gente que estamos fuera, sin saber nada, destruiriamos sin más esos castillos y creeríamos que solucionaríamos fácilmente la vida de alguien, sin tener en cuenta el cómo está construido el castillo de cada uno.
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Sí, da mucha rabia y lo peor es saber que hay muchos Pacos, de la calle o no, sin familia, con familia, con amigos o sin ellos que se encuentran en la misma situación
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Querido Enrique: en EL principito se lee que «lo esencial es invisible a los ojos»… Pero con el tiempo voy sintiendo que lo que lo ilumina todo son las miradas, mucho más allá de las palabras, ¿verdad? Ahí se encuentra la magia del acompañamiento en nuestras vidas:el silencio, junto a la alegría o el dolor más profundos, compartido.
Gracias y un abrazo
anna
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