LAS MIGAJAS QUE LES DAMOS

–          ¡Ya te daría yo un pico y una pala para que sepas lo que es trabajar!

Son varias las semanas que Fermín, nada más ver que nos acercamos a la fila de los que esperan “el pan con algo” a la puerta del colegio, nos increpa y llena la calle de gritos y de insultos.
Su finalidad es obvia: quiere que todo el mundo le oiga y más aquellos que esperan guardando tanda:

–         ¡Sólo hacéis que aprovecharos del pobre! ¡A costa de él os alimentáis y vivís! ¡Os quedáis con nuestro dinero!

Fermín es un viejo conocido de Arrels.
Ha utilizado sus instalaciones y durante algunos días durmió en la Llar Pere Barnés.
Incluso ahora mantiene algunas de sus pertenencias en la consigna de c/Riereta sin pagar «un duro».

Fermín se precia de ser un antiguo luchador antifranquista. Soñó con la Democracia y con la Acción Popular. Antiguo militante de la ORT (Organización Revolucionaria del Trabajo), siente que se quedó solo con sus utopías.

–          Todos son unos mangantes que se han apoltronado en el poder.

Y nos habla de sus encuentros con López Raimundo, con el Guti…
Él lo dio todo, hasta incluso algunos años de su vida en la cárcel, y, a cambio, se quedó sin nada.
Porque él, ya entonces, tampoco quería nada, sólo deseaba un mundo mejor para aquellos que más lo necesitaban: la clase obrera.

–          Pero ahora sólo hacéis que sacarnos los cuartos. Vivir a costa de nosotros.

Sus palabras, por encima de sus insultos, me cuestionan.
Llego a la conclusión de que a Fermín no le falta razón cuando se queja.
A su manera, se rebela contra toda la maquinaria que creamos; contra toda esa burocracia que nos montamos para “ayudarles”.
Cuántas instituciones, cuántos profesionales y voluntarios, cuántos organismos y suborganismos y administraciones y secretarías y subsecretarías y directores generales y subdirecciones y coordinadores de aquéllos que coordinan a aquéllos que atienden… y congresos y convecciones y estudios sociológicos y de tendencias…
¡Claro que sí, todos somos muy necesarios…!
Pero ninguno seríamos si ellos, los excluidos, no existieran. Son paradojas de la vida.
Y Fermín sabe, por propia experiencia política y de lucha, de cuánto esfuerzo y dinero se pierden en los despachos y de cómo los intereses individuales y de grupo cierran puertas a los que no cuentan, a los que no son nada, ni nadie.
Al final, a ellos sólo les llegan las migajas de lo que a otros nos sobra.

Enrique

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