Este escrito viene de lejos, de Julio del 2006. Hoy tengo especial interés en colgarlo en el blog: El protagonista de esta historia forma parte de las primeras personas que han entrado en La Llar Pere Barnés. Desde que escribí esto hasta hoy, han habido muchos otros setenta veces siete (con Manuel y con muchos otros) y espero que Arrels nunca se canse de hacerlo.
Manuel, toda una vida viajando.
Se conoce y las conoce a todas las Vírgenes de casi toda España.
Incluso conoce la de mi pueblo: La Virgen del Prado
Hoy, Manuel, me ha hecho pensar en los setenta veces siete del Evangelio.
Pero en sencillez. Sin culpar. Sin buscar que el otro se sienta humillado, angustiado, ofendido. Y que, si ha ofendido, no se sienta acusado, ni señalado, sino, al contrario, recibido, estimado, animado, comprendido. Sin necesidad de hacerle sentir que eres ¡malo!…, pero ¡malo!… ¡malo!… Y como yo soy bueno… y puedo… y estoy por encima…, te doy la absolución…; pero… (siempre, además, hay un pero que condiciona…)
Manuel es un viejo conocido de Arrels.
Viaja desde siempre. Incluso desde cuando, con Franco, la ley de vagos y maleantes le llevó varias veces a la cárcel. Eran otros tiempos.
Pero es hoy que a sus 65 años a punto de cumplir aún sigue viajando.
Hace unos meses le encontramos en la calle de regreso de uno de sus viajes.
Estaba mal. Sucio, con barba, enfermo. Y, lo que es peor, vencido.
No es normal en Manuel.
Duerme desde siempre en la calle; pero siempre acostumbra a estar limpio y a llevar unos euros escondidos para su tabaco y su vino. (¡Ahora dice que lo ha dejado!… A medias: Ahora lo toma con gaseosa).
Entonces le invitamos a dormir en pensión hasta que él quisiera.
Para nuestra sorpresa -¡qué mal se debía encontrar!-, accedió sin apenas insistir.
Durmió en pensión algunas noches.
Hasta que se hartó: Un buen día avisaron que Manuel llevaba varias noches sin ir.
No supimos más de él…
…Hasta hoy.
Le vimos de lejos: Estaba razonablemente limpio.
Nada más vernos nos dijo:
«Hace tres días que volví de Oviedo y esta noche regreso otra vez».
Y nos enseñaba los billetes de tren.
Esta vez no venía de ninguna romería de ninguna de sus Vírgenes.
Le encanta la de Andujar: Nuestra Señora de la Cabeza.
Ningún año ha faltado.
«Manuel, esta noche te vas a Oviedo. Y te estás el tiempo que quieras. Y te diviertes. Y te lo pasas bien. Y, cuando vuelvas, si quieres, te pasas por Arrels.»
«Pero y Charo. ¿Está muy enfadada conmigo? Me marché de la pensión sin decirle nada. El otro día llamé a Arrels. Se puso Jordi y me pasó a Charo. Colgué. No quería que me echase la bronca. No la avisé que dejaba la pensión.»
«Eso, para otra vez, avisas. Nos enteramos de que no ibas a dormir después que pasaron tres días. Pagamos la pensión estando la habitación vacía. Tú, cuando te quieras ir, lo dices y, al menos, se deja de pagar.»
«Pero Charo estará enfadada conmigo…»
Miquel llamó a Charo y la puso con él.
A Manuel le brillaban los ojos mientras hablaba con Charo.
No. Charo no estaba enfadada con él; pero le insistió en que otra vez avisara.
Después, Manuel, nos invitó a un refresco. Era, entendimos, su manera de estar agradecido:
A no recriminarle, a no hacerle culpable, a ayudarle a sentirse libre para hacer.
«Y, cuando te canses, Manuel, te pasas, si quieres, por Arrels.»
Una mirada sumisa y llena de agradecimiento parecía decir:
«Sí, Miquel… Lo que tú digas, Miquel… Pero…, ya sabes…, al final haré lo que me plazca…»
«Esta tarde, antes de irme, pasaré por Arrels para saludar a Charo. Luego marcharé a Oviedo.»
Manuel se reencontraba con alguien que no le juzga, que no le humilla.
Con alguien que le espera…, que le estima…, que le anima a hacer su vida… y a ser feliz…
Y que, además, le guarda el sitio -su sitio- no una, ni dos, sino SETENTA VECES SIETE.
Pero en sencillez. Sin culpar. Sin buscar que el otro se sienta humillado, angustiado, ofendido. Y que, si ha ofendido, no se sienta acusado, ni señalado, sino, al contrario, recibido, estimado, animado, comprendido. Sin necesidad de hacerle sentir que eres ¡malo!…, pero ¡malo!… ¡malo!… Y como yo soy bueno… y puedo… y estoy por encima…, te doy la absolución…; pero… (siempre, además, hay un pero que condiciona…)
Manuel es un viejo conocido de Arrels.
Viaja desde siempre. Incluso desde cuando, con Franco, la ley de vagos y maleantes le llevó varias veces a la cárcel. Eran otros tiempos.
Pero es hoy que a sus 65 años a punto de cumplir aún sigue viajando.
Hace unos meses le encontramos en la calle de regreso de uno de sus viajes.
Estaba mal. Sucio, con barba, enfermo. Y, lo que es peor, vencido.
No es normal en Manuel.
Duerme desde siempre en la calle; pero siempre acostumbra a estar limpio y a llevar unos euros escondidos para su tabaco y su vino. (¡Ahora dice que lo ha dejado!… A medias: Ahora lo toma con gaseosa).
Entonces le invitamos a dormir en pensión hasta que él quisiera.
Para nuestra sorpresa -¡qué mal se debía encontrar!-, accedió sin apenas insistir.
Durmió en pensión algunas noches.
Hasta que se hartó: Un buen día avisaron que Manuel llevaba varias noches sin ir.
No supimos más de él…
…Hasta hoy.
Le vimos de lejos: Estaba razonablemente limpio.
Nada más vernos nos dijo:
«Hace tres días que volví de Oviedo y esta noche regreso otra vez».
Y nos enseñaba los billetes de tren.
Esta vez no venía de ninguna romería de ninguna de sus Vírgenes.
Le encanta la de Andujar: Nuestra Señora de la Cabeza.
Ningún año ha faltado.
«Manuel, esta noche te vas a Oviedo. Y te estás el tiempo que quieras. Y te diviertes. Y te lo pasas bien. Y, cuando vuelvas, si quieres, te pasas por Arrels.»
«Pero y Charo. ¿Está muy enfadada conmigo? Me marché de la pensión sin decirle nada. El otro día llamé a Arrels. Se puso Jordi y me pasó a Charo. Colgué. No quería que me echase la bronca. No la avisé que dejaba la pensión.»
«Eso, para otra vez, avisas. Nos enteramos de que no ibas a dormir después que pasaron tres días. Pagamos la pensión estando la habitación vacía. Tú, cuando te quieras ir, lo dices y, al menos, se deja de pagar.»
«Pero Charo estará enfadada conmigo…»
Miquel llamó a Charo y la puso con él.
A Manuel le brillaban los ojos mientras hablaba con Charo.
No. Charo no estaba enfadada con él; pero le insistió en que otra vez avisara.
Después, Manuel, nos invitó a un refresco. Era, entendimos, su manera de estar agradecido:
A no recriminarle, a no hacerle culpable, a ayudarle a sentirse libre para hacer.
«Y, cuando te canses, Manuel, te pasas, si quieres, por Arrels.»
Una mirada sumisa y llena de agradecimiento parecía decir:
«Sí, Miquel… Lo que tú digas, Miquel… Pero…, ya sabes…, al final haré lo que me plazca…»
«Esta tarde, antes de irme, pasaré por Arrels para saludar a Charo. Luego marcharé a Oviedo.»
Manuel se reencontraba con alguien que no le juzga, que no le humilla.
Con alguien que le espera…, que le estima…, que le anima a hacer su vida… y a ser feliz…
Y que, además, le guarda el sitio -su sitio- no una, ni dos, sino SETENTA VECES SIETE.
Precioso
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