
– ¡Tengo que reorganizar mi vida!
Siempre he trabajado y mi vida volverá a ser cuando vuelva a trabajar.
Pero ahora bebo y el beber no es bueno.
Y es que cuando estás así, te peleas. Y si te pegan, tú no te vas a quedar quieto. Y si te buscan, claro, al final te encuentran y ya está liada.
Hay gente que no sabe llevar la bebida. Yo sí sé llevar la bebida, pero hay otros que no…
Cuando Puri y yo llegamos, Gerardo estaba dormido en un banco con la cabeza apoyada en el brazo de hierro que le hacía de almohada.
Antes, Raul, en un banco vecino, nos había contado que esa noche la habían pasado en vela, porque Gerardo, muy bebido, no paró de molestar desde el momento que entró en el cajero donde dormían.
– ¡Es que algunos se creen que son los dueños del cajero! Se quejaba Gerardo.
Desde que se despertó, Gerardo no dejaba de hablar. Puri y yo escuchábamos pacientemente, dándole de vez en cuando la razón para que notase que estábamos allí.
– Tienes hijas… ¿y qué vas hacer? Cuando estás bien vas a verlas y te quedas a comer. Pero luego te vas. Ellas tienen sus parejas, sus problemas… Y tú no te puedes quedar. Así es que te vas a dormir a la calle…
– Claro -le decía Puri-. Pero tú tienes una cosa buena, que, cuando tú quieres, dejas de beber.
– Sí, eso sí. Pero la bebida es muy mala. Te juntas con los colegas y vas tomando y tomando, hasta que ya no te aguantas… Pero tengo que reorganizar mi vida y así no puedo…
Hoy a Puri y a mí nos tocaba escuchar. Gerardo pasaba de un asunto a otro como queriendo recontar su vida.
– Yo tenía mi casa, pero la perdí al separarme. Luego compré una caravana con los dineros de la herencia de mi padre. Esa fue mi casa. Allí me hacía la comida y allí dormía por las noches.
Los chavales le tiraban piedras y tal…, pero allí quedaba. Pero luego, un buen día, se la llevaron, los urbanos, al desguace. ¡No tenían ningún derecho!, ¡era mi casa! Y yo vivía allí. Estorbaba el tráfico, decían… ¡Mentira!, ¡era mi casa…! Y ahora vivo en la calle…
Como si se tratase de una película antigua con cortes, Gerardo repasaba toda su vida a borbotones… A nosotros nos tocaba asentir y callar.
– Si quieres, esta tarde te pasas por Riereta y duermes en pensión. – Era lo máximo que nos atrevíamos a decir
– No. Hoy no toca.
Y es que no tengo mujer -seguía diciendo-, pero tengo dos hijas… y tengo nietos…, pero yo… estoy solo…
Y uno, mientras escucha, piensa. Piensa en las hijas de Gerardo y en sus nietos, en sus relaciones, ¿cómo serán? ¿Cómo viven la vida que lleva su padre? ¿La habrán aceptado? ¿Cuándo?…
¡Cuánto de amargura tendrán sus miradas!
¡Cuánta historia que recriminar!
¡Cuántas falsas promesas que perdonar!…
¡Cuánta vergüenza! ¡Cuánto dolor! ¡Cuánta soledad!
¡Qué de fortaleza para seguir viviendo!
¡Qué de coraje para hacerse aceptar en un mundo de prejuicios!
¡Cuánta paciencia para seguir queriendo, si es que queda amor en tanta historia sin razón!…
Sin remedio pienso en mí e intento ponerme en el lugar de la hija…
¡Y no puedo! ¡Cuánto dolor! ¡Qué sufrimiento!
¡Qué de difícil se debe hacer aceptar cuando hay tanta historia que duele!
¡Qué de difícil se debe hacer intentar hablar de tu padre! ¿Cómo explicar:
“¿Sabes? Mi padre es un borracho que vive en la calle”?
¡Qué de difícil se debe hacer no culpabilizar, cuando ha sido culpable de tantas de mis amarguras!
¡Qué de difícil se debe hacer ni tan siquiera pensar en perdonar!
Me congratulo de no ser su hija; de que Gerardo no sea mi padre. Entre otras cosas porque entonces, seguramente que no le podría escuchar sin recriminar. No me vería con ánimo para estar a su lado aguantando su aliento. Ni sería capaz de conmoverme con su vulnerabilidad. Ni aceptar su abrazo agradecido, sin pensar que quizá sólo él se ha querido en la vida. Ni sabría entender su angustia profunda expresada en su soledad:
– Tengo dos hijas… y nietos…, pero yo… estoy solo…
bueno enrique q decir estuvo muy interesante tu historia po
por se q es dificil perdonar ala persona q te causo mucho dolor por yo hasta ahora no puedo perdonar ami padre ya q me causo mucho daño a mi y ami madre y en realidad creo nunca llegare a quererlo pero escucharlo y conprenderlo si
pero hay q saber perdonar asi como dios perdono tus pecados
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Apreciado Sr. Richard,
Quizás Gerardo no esté tan sólo, pues tiene a alguien que es capaz de escucharle (sin juzgarle).
JM
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¡Muy buenas Enrique!
Precisamente el otro día estaba pensado en la reflexión que se puede sacar de tu historia escrita hoy. Hablando con alguien, me decía: «es que en Arrels hacéis mucho por la gente. Estáis al lado de personas que hasta su familia se ha apartado de ellas. Pero vosotros, sin juzgarlos, los atendéis. Yo no sé si podría hacerlo.»
Pues claro que se puede hacer cuando no hay un vínculo afectivo o un vínculo de sangre. De alguna manera estás suficientemente distanciado de esta persona para poder estar lo suficientemente cerca. Para, como dices, poder escuchar sin recriminar.
Anna
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