Hace días me pidieron que describiera, si la tuviera, aquella situación que marcó un antes y un después en mi experiencia de Arrels. En seguida me vino a la memoria un hecho que sin duda fue uno de los que he vivido que más me han impactado y que más me ayudó a descubrir lo que era Arrels. Y me gustó.
Independientemente de creencias, ¿os acordáis de la parábola de la oveja perdida del evangelio? ¿Aquella de que al pastor no le preocupan las 99 que están bien, sino aquella que está “perdida”? ¡Cuando la encuentra, llama a sus amigos y los convoca a una fiesta para compartir su alegría!
Algo así es lo que creí ver en Arrels hace unos años. Aquella forma de hacer me cautivó y me marcó. A Arrels le preocupaba “la otra”, la más perdida, la menos encontrada y por eso a nadie se la daba por perdida y por eso se iba a la calle a encontrarla. Y, cuando se recuperaba, Arrels se alegraba por ella y convocaba a fiesta.
Lo aprendí entonces y me lo enseñó Arrels desde la acción. Y desde entonces ha sido ésta la forma con la que quiero ver a la persona y es la que intento transmitir en mi modo de trabajar como voluntario de Arrels.
Era allá al principio de año 2005. Ester y yo habíamos vivido una experiencia esperanzadora el día anterior, no exenta de una gran tensión:
Desde hacía algunos años, María, una mujer de más de 80 de edad, vivía y dormía en la calle (otro día pondré en el blog la historia completa). La veníamos visitando puntualmente todas las semanas, pero aquella tarde la vimos enferma y llamamos al 061. Contra viento y marea luchamos contra la burocracia de los servicios de salud y sus dichosos protocolos de asistencia: Nadie se la quería llevar a un hospital. Ambulancias (vinieron dos, gracias a nuestra insistencia), guardias urbanos, moços…, María que no se dejaba llevar…, médicos que no estaban dispuestos a venir para llevársela…
Al final y después de más de cuatro horas de forcejeos de despachos y de teléfonos, la segunda ambulancia se llevó a María a un hospital. Luego, Arrels le gestionó una residencia de la Generalitat. Y, desde entonces, allí sigue. María no tuvo que volver a la calle.
Ester y yo de puros nervios nos abrazábamos.
Al día siguiente todo “Arrels” nos recibió festejando la noticia: “El pastor” Arrels ya sabía de María y se alegró por María y de la buena nueva de María y al mismo tiempo también sabía de la tensión que Ester y yo habíamos vivido y también nos sentimos apoyados, “abrazados” por Arrels.
Hace algo más de un mes, ya lo sabéis, os lo voy contando en este blog, Juan José, 67 años de edad, 40 años en la calle y 8 que lo conocemos desde la calle, sorprendentemente pidió irse de su casa “descapotable”.
Arrels le facilitó pensión y, a día de hoy, sigue en pensión…
En esta ocasión no he sentido el gozo de Arrels.
Por supuesto que sí, que los que le conocíamos de cerca y dábamos importancia a lo que es importante para Juan José nos hemos felicitado por él y lo hemos celebrado (de hecho lo celebramos cada vez que le vemos feliz).
Pero esta vez no he sentido que “Arrels” conociese a Juan José. Esta vez “Arrels” no se ha puesto sus mejores vestidos, ni ha convocado a fiesta, ni ha sentido la alegría esperanzadora por Juan José.
Algo percibo que ha cambiado en Arrels. De aquel que en el 2005 nos abrazó a Ester y a mí, al de ahora que no ha descubierto a Juan José.
Son sólo percepciones. Son los gozos y las sombras de un currante voluntario que pone las miras en la utopía del encuentro, del abrazo, del conocerse, del implicarse… Sin querer mirar rentabilidades, ni precios, ni dineros que sin duda son imprescindibles para gestionar.
Pero es que quiero poner el listón muy alto, sin acritud, sin juicios, pero con muchísimo cariño hacia las personas que acompañamos. Abogo por ellas, por el miedo que me dan los despachos y las decisiones que se toman desde la lejanía de un despacho. La soledad, el pasar por desconocido, pinchado en un papel que sólo hace que denunciar aún más su soledad…, la soledad del excluido: «¿Y éste quién es?» «Un poco de tinta colgado en un clip».
Me da tanto miedo… que quiero denunciar cualquier sospecha que pueda ver, aunque peque de «irracionable». Pero es que cada día estoy viendo más situaciones “irracionables” en la calle, y sólo le veo la cura de mi “irracionabilidad”, de nuestra “irracionabilidad”, de trasmitirle mi presencia irracional, mi cariño irracional y gratuito porque no espera que cambie, pero está deseando que diga algo que le ayude a crecer. Y sólo si estoy cerca y le escucho en el momento que lo dice, podré oírle. Y sólo yo sabré de sus necesidades, de lo que le es importante, porque sólo a mí se me ha acercado, nos hemos acercado.
Y hablo desde la “irracionabilidad” que he ido aprendiendo en Arrels, que me hizo mirar a la persona excluida como única y a la que me tenía que acercar para encontrarla. Y en esta “irrracionabilidad” caben todos, deben de caber todos. Ya están bastante excluidos como para que, luego, en nuestras decisiones, les volvamos a excluir porque no cumplen el perfil: Aquí o entramos todos o se rompe la baraja.
Esta es la “irracionabilidad” de Arrels y con ella he vivido encantado. Porque, sin saber cómo, esta “irracionabilidad” ha funcionado y se ha convertido en verdaderos milagros. Arrels se ha ganado un espacio gracias a esta “irracionabilidad”.
Yo, pobre de mí, lo he vivido desde mi experiencia de calle como la utopía alcanzable desde la “irracionabilidad” que son las utopías; pero descubriendo que esta utopía irracional se ha hecho realidad en muchas personas.
Seguramente que son percepciones de un voluntario sentimental y que no llevan a ninguna parte…
¿¡O sí!?