HAY MIRADAS QUE MIRAN COMO DIOS

El primer día que le vió, bajaba la calle rebuscando en las papeleras.
Era un hombre mayor que andaba a pasitos cortos e imprecisos.
Su barba blanca y larga le confiere el aspecto bonachón de un hombre afable y perdido.
Al cabo de unos días, Marta le volvió a ver por segunda vez.
Aquel hombre, al que había visto rebuscando en las papeleras, ahora estaba sentado en un banco del parque, que ya nunca abandonaría, convirtiéndolo en su casa al mismo tiempo que en escaparate de sus miserias y de las miserias que esta sociedad esparce.
Pero también aquel banco desde entonces se convirtió en espejo de las miradas del que mira.
Y, de entre todas las miradas, he descubierto que, en este espejo, hay miradas que miran como Dios.

Esta vez Marta sí se acercó reclamada por el estado en que Juan se encontraba.

–       ¿Has comido?

–       No; tres días llevo sin comer

–       ¿Te comerías lo que yo te trajese?

–       ¡Pues claro, tengo hambre!

Desde entonces es que Marta se ha hecho responsable de que Juan coma, se vista y esté bien abrigado.

–       Por las mañanas le traigo un termo con café calentito, que con las magdalenas que otro vecino le acerca una vez por semana, tiene arreglado el desayuno. Al mediodía le doy de la misma comida que yo me hago: Hoy voy a hacer un arroz a la montaña.

–       ¡Para chuparse los dedos!, gesticula felizmente Juan.

–       Y por la noche siempre hago un caldito bien caliente.

El momento de ponerse a dormir ha de ser para verlo: Embutido en dos jerséis y sendos pantalones, se introduce en un saco de dormir de alta montaña, que algún otro vecino le ha regalado. Encima, más mantas y, al final, como broche de oro, un gran plástico transparente que cubre el banco y el cuerpo de Juan que yace en él.
Marta se cuida de que todo este «sidral» se haga en orden y procura que el plástico no se vuele, sujetándolo al banco con pinzas de tender la ropa.

–       Hay mañanas que me las veo y me las deseo para salir. Pero así no me mojo. La humedad es lo peor, peor que el frío.

Esto, día tras día, mañana tras mañana, noche tras noche. Marta está allí, puntual, procurando que Juan se encuentre bien.
¡Ocho meses! ya han pasado desde aquel primer día en que Marta le preguntó “¿Comerías lo que yo te trajese?”. Sin imposiciones, ofreciendo y sin faltar ningún día…
Periódicamente le toma la tensión y le mide el azúcar, del mismo modo que ella se lo hace.
Está bien. Y es que Marta le controla la dieta.

–       Al principio tenía el azúcar por las nubes. Ahora, la última vez que se la tomé, estaba a 90.

Yo no entiendo de estas magnitudes, pero en cómo lo dijo, me imaginé que el valor entraba en lo normal.
Juan vive, porque Marta quiere que viva, porque él apenas ve y su movilidad es escasa.
Juan depende de lo que Marta le trae.
Y Juan se siente inmensamente feliz.

Enrique Richard

Un comentario en “HAY MIRADAS QUE MIRAN COMO DIOS

  1. Gracias por compartir esta bella historía, creo que Marta se merece mucho. Como dices sin imposición tan solo le hizó una pregunta. No se metió en su vida, no le dio consejos, simplemente le pregunto si «comería de lo que ella le trajese».
    Gracias …..
    Un saludo cordial
    Marian

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