LA INDIGNIDAD DEL INDIGENTE (1)

Hacía ya unos siete años que Alfredo había dejado el parque.
Es un viejo y querido conocido de Arrels, que, entonces, le acogió.
Luego, los Servicios Sociales del Ayuntamiento le buscaron acomodo:
Primero, en un Centro de Baja Exigencia; años después, en una Residencia.

Pero hoy volvía a estar allí, en el parque, sentado en un banco, solo.
Mostrando toda su miseria.
Ofreciendo a los que por allí pasan todo un espectáculo de indignidad.
Sucio, mojado de sus propios excrementos, con la cara hinchada e irreconocible y con un cartón de vino en la mano, que alguien le trajo y él pagó.Fluye la vida
Y allí, así, sentado, lleva diez días, sin moverse. Apenas puede dar un paso aun ayudándose del andador que ya usaba en la residencia de donde se marchó: las piernas las tiene «rotas», que dice.

La persona en su peor expresión de piltrafa, de muñeco despreciable, que sólo sabe decir: «¡No!; no quiero irme de aquí. ¡Dejadme! Aquí he estado treinta años; ya estoy bien».
El hedor se hace imposible. Al tocarle, los dedos se humedecen.
¡Cuánta miseria hay guardada dentro y fuera de ese cuerpo!
¡No es lógico que esté así!
¡Nadie puede respetar a alguien que esté así!
¡No puede ser que nadie, en su sano juicio, quiera estar así!
¡¡Hay que hacer algo!!, me grito en mi interior.
¿Pero el qué?
Me duele su dolor.
Sufro con el sufrimiento que pienso que debe sufrir.
Me hace daño su impotencia y la mía.
¡Me duelen tanto sus piernas «rotas»…!
¡Me hacen tanto daño su miseria, su indignidad….!
¡¡Hay que hacer algo!!, nos gritamos Puri y yo.
¿Pero el qué?
¿Ya no tengo esperanzas? ¿Ya no creo en él?
¿Ya ha dejado de ser persona capaz de transformar y me erijo en su salvador?
¿Ya se ha agotado el tiempo?
¿Ya no quiero esperar a que él quiera cambiar?
¿Tan bajo ha caido…, tan  poco es… que ya ni le permito elegir en aquello que él está pidiendo…?
¡Me duele en el alma su situación!; pero más me duele tratarle como a un guiñapo que dejará de ser persona en el momento que su criterio deje de cuestionarme.

«El martes que viene pasaremos.»
«¡No; ni se os ocurra!.»
«Pasaremos para saludarte.»
«¡Ah, bueno, eso sí! El saludo no cuesta dineros»

¿Qué derecho tengo yo en cambiarle, si él no quiere?

Ver también: LA INDIGNIDAD DEL INDIGENTE (2)

Enrique


2 comentarios en “LA INDIGNIDAD DEL INDIGENTE (1)

  1. tiachea dijo:

    Como te agradezco Enrique que compartas tu experiencia con nosotros! Aprendo mucho de ello y tambien me hace pensar las cosas mucho mas a fondo. Es muy impresionante: «que deje de ser persona en el momento en que su criterio deje de cuestionarme»
    ¿Que fue lo que desencadenó la situacion? Lo habeis sabido, os lo ha contado?
    Pero lo importante es la pregunta final que te haces: Tengo derecho a intentar cambiarle si el no quiere? Quizas sea un caso en que lo se puede hacer es estar ahí.
    Que complicado es ese quehacer porque en cada caso me parece que hay que poner el corazon entero. Y eso…
    Mantenednos informado del caso de Alfredo. Mientras tanto desde aqui , como puedo , os acompaño. Aun que me gustaria hacer algo solo se me ocurre deciros que mi corazon está con vosotros.
    Yo tambien me pregunto que podria hacer para ayudarlos si estoy tan lejos
    Un gran abrazo
    Melusina

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  2. Dani dijo:

    Qué rabia me dan estas situaciones Enrique!!! Todo parecía ir bien hasta que un buen día… PATAPAM!

    También me asaltan las dudas sobre qué hay que hacer en estos casos. Por un lado, si hace 10 días que ha salido lo primero que me viene a la cabeza es, quizá tiene un momento de bajón temporal y con un cable se recupera?! Pero también pienso, quizá su duda es más profunda, más interna, quizá necesite volver a la libertad de la calle, con lo que aquí toca acompañamiento del equipo de calle.

    Pero claro… Cómo puede uno discernar entre si se trata de una duda temporal y con un empujoncito ya basta, o se trata de algo más y sólo el «estar» puede ayudar?

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