UNA MUJER: MARIA

Mujer de carácter, a veces acoge y a veces nos echa,
pero no sé qué tiene María que, cuando la conoces,
se te desborda la “tendresa”.

María empieza a hacerse mayor -ya no cumplirá los setenta-.
De entre toda ella, destaca su mirada.
Sus ojos la delatan: azules, ¡grandes!, ¡abiertos!
Todo lo mira.
Todo lo observa.
Nada de lo que pasa a su alrededor se le escapa.
A todos conoce.
Con todos habla…
A todos y con todos los que, como ella, pisan y duermen la calle.
Con ellos se sienta, comenta, les grita…, se enfada…
Sobre todo les grita.
Los otros… la escuchan… y callan…, la vigilan…, la aguantan…
María -siempre limpia- no para,
como si el vivir la quemara…
Corre –que no anda- empujando su carro, lleno de su nada.
Y entre tanta nada de cartones y de bolsas, lleva una perra que, por pequeña, le cabe escondida entre tanta miseria.

¿Lo dije antes?… Siempre habla. Y más cuando está sola.
Consigo comenta lo que le cuentan.
Y, mientras cuenta, prepara migajas de pan para sus palomas.
También ellas pisan y duermen la calle… como ella…
¿Será por eso que, como a amigas, les habla?

Una vez la vimos cómo, de entre tanta migaja, rescataba un bizcocho.
Cruzó la calle reclamando a gritos la atención de un hombre tumbado en el suelo.

– ¡Es para ti!, ¡cómetelo!, ¡está bueno!…

El hombre ni se inmutó. Calló y siguió, borracho, durmiendo.
Pero no por eso desistió.
Al rato, María volvía a acercarse con un trozo de pan en la mano.
El hombre, sin decir palabra, siguió dormido en el suelo;
y ella se volvió a sus palomas murmurando y maldiciendo…

Con nosotros… depende…
Va por temporadas.
En temporada buena, nos acoge.
Y se acerca a nosotros…
Y se ríe… y nos habla…
Horas nos estaría hablando, si la dejaras:
Lo mismo nos comenta lo mala que es la gente que se droga:

– No es como antes –decía-. Ahora te pegan y te roban los mismos que viven la calle.

como critica a Maragall y al tripartito. (Le gusta la Vanguardia).

Pero no siempre es así.
A veces nos ataca.
Como para defenderse de todos, nos echa, nos escupe, nos amenaza…
No le gustamos.
Ni le gusta cuando la preguntamos.
Nada quiere de nadie. De nadie necesita nada.

– ¡Largaros!

Y nos insulta:

– ¡Pandilla de drogadictos! ¡Curaros vosotros primero!

Y nos persigue gritando como si en ello se le fuese el alma.
Y nosotros nos retiramos, con respeto, poco a poco, como si nada…
Como si no nos importaran ni sus gritos, ni sus amenazas…
Como si no nos importaran las miradas morbosas de las personas que pasan.
Y con sonrisa…, sin rabia…, con la procesión marchando por dentro, nos retiramos: ¡NO PASA NADA!

Volveremos… Otro día será… Hoy se la ve sana…

Enrique

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