Hay dos aspectos para entender la gratuidad en este trabajo que hacemos con la gente que vive en la calle.
Uno de los aspectos se entiende fácilmente: Este trabajo lo haces sin esperar recibir nada a cambio. Es decir, nada de dinero, de cargo, de posición, incluso de afecto, de agradecimiento, de…
Pero hay otro aspecto de la gratuidad que es más complicado, más sutil, más doloroso: Este trabajo lo haces sin esperar que cambie nada. Ni tan siquiera que el otro cambie de vida. Este segundo aspecto es el que tal vez más nos cueste digerir y entender y muchas veces nos desespera porque nos duele tanta pasividad y nos entristece tanto sufrimiento.
El otro día un vecino de mi escalera me comentaba haber visto a un grupo de rumanos que se habían instalado en un hueco del jardín que hay enfrente de nuestra casa.
Se quejaba de que estaban sucios y borrachos.
No le gustaba el espectáculo: algo se tenía que hacer.
No sé lo que hizo o si lo hizo, el caso es que los rumanos ya no están.
Alguien les debió invitar a irse… a otro lugar…
Afortunadamente para los que hacemos la calle en Arrels, entre nuestros objetivos no está el de limpiar las calles de gente que molesta.
Nuestro trabajo consiste básicamente en «estar», en acompañar, en intentar que el otro, el que está en la calle, no esté solo sino que se sienta escuchado y se sienta dignificado como persona…
Y que al ofrecerle lo que tenemos, cuando quiera, si quiere, él tome lo que necesite.
Y todo esto, decimos, lo hacemos sin esperar nada a cambio…
Sin embargo es verdad que nuestro «estar» no es «pasivo», viéndolas venir. Nuestro «estar» es «activo», sugiriendo, proponiendo, ofreciendo perspectivas y salidas que posiblemente le estén vedadas al que está en la calle dada la situación en que se encuentra.
Tampoco nuestro «estar» es «neutro». Nuestra propia concepción de la vida no lo es, tiene formas concretas. Y en nuestro interior pensamos que estar dignificado significa algo más que dar conversación a un «pobre desgraciado».
Dignificar, para nosotros, en el fondo, significa tener casa, estar limpio, comer, tener amigos… tener trabajo…, pero también y sobre todo significa respetar…
Pero, si de verdad respetamos, su respuesta, la repuesta que de al ofrecimiento que le hacemos, no nos debería sorprender por más que no coincida con lo que nosotros teníamos pensado.
Él es persona, como yo. Libre, posiblemente menos que yo. Limitada, más que yo -según se mire-; pero persona en la que creemos y a la que respetamos.
Y es por eso que confiamos en que, aún y a pesar de todo, en él existe una posibilidad de elegir y de cambiar. Pero no lo hará a mi forma. Cambiará, si quiere y a su manera. Porque al final nosotros no somos nadie para «arreglarle» la vida.
Él será su propio salvador o no lo será nadie.
O, ¿quién sabe?, si él así…, tal y como está…, con tan poco…, ya se siente salvado…
Y mientras, llenos de dudas, ahí seguiremos… estando…activamente… intentando no esperar nada a cambio.
Enrique, cuánta razón tienes!!!
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Hermosa entrada
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