Un día de este mes de diciembre de 2009, murió en la calle un hombre que vivía en la calle.
Apenas nadie se hizo eco de la noticia.
Hasta aquí todo normal. La muerte de un hombre solo en la calle ya hace tiempo que dejó de ser noticia en una gran ciudad como es Barcelona.
Lo grave en este caso es que este hombre no debería haber muerto en la calle.
Javier, digamos que éste era su nombre, sufría la enfermedad de Corea de Huntington, también conocida como “Baile de San Vito”. Es una enfermedad neurodegenerativa y que conduce inevitablemente a la muerte.
Todos lo sabíamos, pero Javier estaba en la calle.
Puri y yo le vimos por primera vez en febrero del 2009, aunque ¡vaya usted a saber desde cuando Javier paseaba las calles!…
Todos hicimos lo que teníamos que hacer.
Desde el primer día, Puri y yo denunciamos la situación a Miquel, nuestro coordinador:
– Javier es un enfermo; pensamos que no debe de estar en la calle.
Miquel también obró como debía: Se puso en contacto con los compañeros del SIS para informarles e informarse:
El profesional encargado del seguimiento de Javier ya conocía la situación y estaba haciendo lo que tenía que hacer para conseguir que la persona que judicialmente tenía la tutela de Javier, fuese declarada no idónea y se nombrara otra.
Todo estaba controlado.
Todos estábamos haciendo lo que teníamos que hacer.
Sólo había que esperar.
No conozco bien los protocolos que se siguen en estos casos, pero algo me han dicho del forense que se tenía que presentar para diagnosticar y del juez que, al final, debía de dictaminar y ejecutar…
Y es que, una vez se determinase que efectivamente la actual persona que tutelaba a Javier no era la adecuada para este hombre, enfermo y ya desde hace tiempo declarado incapacitado, la tutoría se debía de dar a otra persona o entidad que hiciera mejor sus deberes, en la confianza de que, de esta manera, tal vez, las cosas pudieran empezar a funcionar y Javier podría salir de la calle para ser cuidado y tratado como se merecía.
Pero no dio tiempo.
Javier no esperó a los protocolos y se murió en la calle.
Los tiempos que esta sociedad nos damos para cambiar las cosas, fueron demasiado largos para Javier y se murió solo y enfermo en la calle.
Pero nadie es culpable…
Ni Puri ni yo que avisamos a quien teníamos que avisar…
Ni Miquel que actuó con prontitud y constancia…
Ni el profesional de trabajo social del ayuntamiento que me consta que estaba preocupado y atento a los cambios…
Ni el forense…, ni seguramente el juez…, que, a lo peor, aún ni estaban enterados; porque el engranaje, la burocracia y el papeleo que conforman la gran maquinaria de los protocolos, requieren de unos tiempos que se han de dejar pasar para que se cumplan las fases establecidas…
Pero Javier se murió, solo, en un andén del metro, en la calle, donde nunca debió de morir, sin dignidad.
Nadie tiene la culpa, pero, como diría mi madre, “los unos por los otros, la casa sin barrer…”
Nadie tiene la culpa, pero ha habido un muerto.
Nadie tiene la culpa, pero me queda un sabor amargo y la sensación y la tristeza de no haber hecho lo suficiente. Porque Javier, aunque vivía en la calle, no debió morir nunca en la calle.