Otra vez Navidad.
Y otra vez desde mi tierra, La Mancha, una amiga me felicita desde el compromiso y la fe o, mejor dicho, desde la fe comprometida en un Dios que “MIRA DESDE ABAJO”.
Y yo encantado de tener tan buenos amigos.
¡¡FELIZ NAVIDAD para todos los que miran desde abajo y, cómo no, para los que están abajo!!!
Éstos últimos lo tienen mal en estas fechas, pues, como a todos, se les agolpan los recuerdos y se les llenan sus vidas de más soledad, si cabe.
barcelona
SEGURAMENTE…
Seguramente sea una nimiedad, ante tanta bonanza, económica y espiritual, que el Papa, con su visita, nos traerá al pueblo catalán…
Seguramente sea una gilipollez de las mías, de un idealista utópico, sin echar raíces en la realidad…
Seguramente sea el discurso demagógico y sensiblero de un obsesionado que está cegado por la inmediatez del sufrimiento que observa, al intentar estar un poco cercano al que sufre…
Seguramente…
MARTES, 5 de Octubre de 2010
Jordi
No está.
Le echaron las obras que comenzaron en los jardines de La Sagrada Familia. Todo quedó vallado y su banco estaba dentro, en el paseo principal. Luego también quitaron su banco. De hecho todos los bancos del parque los han arrancado. Pondrán otros nuevos, más modernos; a lo peor los ponen del tipo «anti-indigentes», Sigue leyendo
HAY MIRADAS QUE MIRAN COMO DIOS
El primer día que le vió, bajaba la calle rebuscando en las papeleras.
Era un hombre mayor que andaba a pasitos cortos e imprecisos.
Su barba blanca y larga le confiere el aspecto bonachón de un hombre afable y perdido.
Al cabo de unos días, Marta le volvió a ver por segunda vez.
Aquel hombre, al que había visto rebuscando en las papeleras, ahora estaba sentado en un banco del parque, que ya nunca abandonaría, convirtiéndolo en su casa al mismo tiempo que en escaparate de sus miserias y de las miserias que esta sociedad esparce. Sigue leyendo
MARTES, 9 de Febrero de 2010
Esteban
Esteban ya no está en el banco. Hace unas semanas se lo llevaron en una ambulancia. Está ingresado.
Lo veníamos comentando: últimamente no estaba bien, pero él seguía aguantando y no quería salir de allí.
Al final, los vecinos insistieron y se hizo un ingreso a pesar de Esteban.
Está bien. Puri y yo fuimos a verle nada más enterarnos. Está contento también allí. Los vecinos ya le han ido a ver. Buena gente.
Es difícil equilibrar las razones y los sentimientos. Hacer caso a tu corazón o acompañar respetando la voluntad del que tienes enfrente hasta sus últimas consecuencias. Acompañar desde la humildad, desde el saber que tú no eres nadie y que no vas a salvar a nadie, porque apenas nada tienes. Sólo la comprensión y el afecto que gana confianza y respeto: «Vosotros sí me entendeis», nos decía una y otra vez Esteban cuando los demás le hablaban de sacarlo de su banco para darle una mejor vida. «Me cuidan de lo material, pero hay una parte de lo espiritual…» que Esteban lo encontraba en su banco, en ver el sol cuando salía y las flores en su explendor en Primavera. ¿Y cuando hace frío? «Vendrá el verano». «Hay que sufrir para saber gozar de lo bueno».
Toda una filosofía de vida que Esteban descubrió en su banco, rodeado de vecinos que le ayudaban a vivir. Solitario toda su vida, recaló en un banco de una gran ciudad y descubrió a las personas. Necesitaba hablar con ellas y que alguien, también por las noches, le viniese a escuchar y, sobre todo, que le escuchase. Y Esteban escuchaba y consolaba.
No sé, es complicado. A veces estamos tan en la vida, que hasta estereotipamos las cosas que nos proporcionan la felicidad y nos olvidamos de que la felicidad no está escrita, no son cosas, son… sentimientos, valores, pequeños detalles no escritos y que cada uno siente a su manera. Y Esteban había descubierto, allí, en la calle, después de muchos años de andar por todo el mundo en solitario, que no estaba solo y que cada día salía el sol para todos.
Estoy contento, porque Esteban está cuidado y se encuentra bien. Pero me queda el sabor agridulce de que en ello Esteban ha perdido algo más profundo e intenso que ninguno de nosotros sabemos entender del todo.
Para leer más sobre Esteban, clicar aquí con el ratón
Ver también:
“VOSOTROS NO SABÉIS QUÉ ES NO PODER SONREIR”
«CUANDO LLUEVE, LLUEVE MOJADO»
MURIÓ UN DÍA DE DICIEMBRE EN LA CALLE
Un día de este mes de diciembre de 2009, murió en la calle un hombre que vivía en la calle.
Apenas nadie se hizo eco de la noticia.
Hasta aquí todo normal. La muerte de un hombre solo en la calle ya hace tiempo que dejó de ser noticia en una gran ciudad como es Barcelona.
Lo grave en este caso es que este hombre no debería haber muerto en la calle.
Javier, digamos que éste era su nombre, sufría la enfermedad de Corea de Huntington, también conocida como “Baile de San Vito”. Es una enfermedad neurodegenerativa y que conduce inevitablemente a la muerte.
Todos lo sabíamos, pero Javier estaba en la calle.
Puri y yo le vimos por primera vez en febrero del 2009, aunque ¡vaya usted a saber desde cuando Javier paseaba las calles!…
Todos hicimos lo que teníamos que hacer.
MARTES, 1 de Diciembre de 2009
Juan José
Algunas veces invitamos a un café o compramos un bocadillo. Lo solemos hacer; pero no con demasiada frecuencia. Pensamos que tampoco con ello vamos a solucionar el problema. Pero sirve para relacionarnos, para ganar en confianza.
Con Juan José hacemos una excepción. Es bastante habitual que nos sentemos con él para compartir un «cortado».
Pero, además, lo novedoso es que, en este caso, es Juan José quien se empeña en invitarnos y no consiente en que seamos nosotros quienes paguemos.
Es tal su tozudez, que se nos hace muy difícil el negarnos. Aunque por otro lado, reconozco que, tanto a Puri como a mí, nos parece entrañable ese momento en que, estirándonos del brazo, nos dejamos llevar y, una vez sentados en el velador del bar, él solicita al camarero nuestras demandas, vigilando, al mismo tiempo, que ninguno de nosotros nos adelantemos a pagar.
– Enrique, ¿va un «carajillo»?. Sigue leyendo
“VOSOTROS NO SABÉIS QUÉ ES NO PODER SONREIR”
No se tienen las respuestas.
Y cuando crees que las tienes, se desmoronan ante la realidad del otro.
El otro, aquel al que tú pretendes ayudar, no quiere tus respuestas, no le sirven.
Él sólo quiere lo que todo el mundo queremos: SER FELIZ.
Y, para conseguirlo, él hace lo que todo el mundo hacemos: Buscar sus propias respuestas.
Y lo tiene “crudo” en su situación.
Los medios de que dispone son tan pocos y con frecuencia tan miserables, que será difícil que las encuentre; pero él, a su manera, las sigue buscando.
Y, a veces, también, se lo complicamos nosotros, queriéndole convencer que nosotros sí tenemos respuestas para que él sea feliz.
¡Ilusos…!. ¡Si ni siquiera nosotros sabemos ser felices en nuestra abundancia…!
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LOS DERECHOS DE LOS NADIE
He leído la Memoria de Arrels del año 2008.
Me ha gustado en su conjunto. Y me ha llamado especialmente la atención el apartado “Tener derechos”, por lo que de siempre he pensado que de idea innovadora y valiente tiene de cara a concebir la Acción Social.
Desde que estoy en Arrels, a menudo este punto me ha cuestionado la responsabilidad que adquirimos los que trabajamos en esto de la exclusión, cuando nos creemos sinceramente que nuestra dedicación, nuestra ayuda, nuestra lucha, nuestro acompañar no tendría razón de ser si no fuere para “reconocer derechos”.
Derechos que pertenecen al excluido y que por causas propias o ajenas los tiene enajenados y nosotros, si él quiere, le podemos ayudar a recuperar.
El trabajar por reconocer sus derechos implica todo un hacer de hormiguitas, de compañía, de relación, de confianza, de libertad, de espera, de… Hasta que un buen día, tal vez, la persona decide dar pasos, pequeños pasos que le van restituyendo a la normalidad de una vida con derechos indispensables como la comida, el aseo, la medicación, un techo en donde dormir, un trabajo…
Y tú te sientes partícipe de esos logros, porque le has ayudado a que esos derechos le sean reconocidos.
Ya los tiene. Y cuando los tiene, ya nadie se los debería quitar.
Del mismo modo que ha sido él quien los ha ganado, nadie, que no sea él mismo, debería tener suficiente poder como para hacerle renunciar a ellos.
Pero no todo el que está metido en este campo de lo social y de la exclusión lo ve de la misma manera. Hay quien no reconoce como ausencia de derechos las carencias que padecen los excluidos.
Dicho de otra manera: Lo que desde Arrels se ve claro que son derechos de ‘los nadie’, hay agentes sociales que lo conciben como regalos que el excluido se ha de saber ganar.
Juegan con sus derechos como si no fuesen suyos, sino que fuesen regalos que la sociedad los ha ganado para él. Y utilizan sus derechos/”regalos” como moneda de cambio para que mejore:
– para que mejore en su autonomía,
– para que deje de beber y gane en su dignidad,
– para cuando no se sabe qué otra cosa hacer que haga remitir su violencia,
– para que sepa lo que pierde y reconsidere su conducta…
– para…
Todo por “su bien”.
El objetivo es que cambie, si quiere el regalo. Si no, se quedará sin y/o perderá lo que es/son sus derechos.
Supongo que se hace difícil no entrar en este juego cuando la mentalidad que nos rodea es que nada se da por nada y uno, que tiene el poder de dar y de quitar, siente que tiene la llave para que el otro cambie, para que el otro mejore.
«Con un pequeño empujón se puede conseguir el cambio».
Sólo es cuestión de enseñarle el caramelo y, si no cambia, se le esconde.
De este modo, lo que sólo tendría que ser un ‘simple’ retornar derechos en libertad, el agente social pasa a involucrarse en lo que él quisiera que el otro fuese y, con ello, comienza también a sentir como fracaso el comprobar que los objetivos de cambio que él se ha marcado en su plan de trabajo con el excluido no se cumplen en la persona a la que atiende.
A partir de ese momento los avances y retrocesos del proceso personal del que ‘no tiene nada’ pasan a ser avances y retrocesos, frustraciones y logros del trabajo social.
¿Por qué ha de ser así si su vida es suya? ¡Él sabrá lo que hace con su vida!
Los derechos (sobre todo los derechos mínimos y fundamentales a los que aquí nos referimos), lo sabemos, no pueden depender de cómo la persona actúe, ni de cómo la persona sea.
Si estos derechos dependiesen de la bondad o maldad de las personas o de cómo los utilizamos, a cuantos hijos de vecino de esta sociedad tendrían que quitárnoslos de vez en cuando.
Pero ocurre que nosotros, “los normales”, no dependemos de los “regalos”/derechos que nos puedan ofertar los servicios sociales. Sobre nosotros no pueden ejercer su poder. ‘Su caramelo’ no nos es necesario.
¿O es que no hay alcohólicos entre los “normalizados”?, ¿o enfermos mentales que en algún momento se muestran agresivos?, ¿o gente que no sabe o no quiere compartir, ni convivir?, ¿o gente avispada que engaña para tener más prebendas?, ¿o…
Y sin embargo “los normales”, todos tenemos casa y comemos todos los días y hay alguien que nos da la medicación y, con suerte, tras de nosotros hay una familia que nos escucha…
Los excluidos, no.
Enrique
CUANDO LLUEVE, LLUEVE MOJADO
El agua caía a chorros.
Para poder continuar nuestro paseo de cada martes, Puri entró en uno de esos «chinos» que hay repartidos por toda Barcelona y por 2€ compró un paraguas. Pero era tanta el agua que caía que de todos modos la compra no impidió el que, al final de la mañana, al regresar a casa, estuviésemos empapados, pues el paraguas comprado no era lo suficientemente grande como para cobijarnos a los dos y sólo nos cubría por mitades .
Realmente llovía mucho. Por eso hoy era un buen día para ver cómo se encontraba Esteban.
Cuando llegamos, Esteban se hallaba tendido, acurrucado sobre su banco y cubierto con un gran plástico transparente para evitar que el agua que caía mojase su cuerpo.
Apenas se le veía y no pretendíamos molestar, pero tampoco queríamos irnos de allí sin saber si necesitaba alguna cosa.
Al final nos ha oido hablar y ha abierto el plástico.
Nos ha reconocido y nos hemos saludado: «Estoy bien. Gracias por venir». «Cúbrete, Esteban, no te vayas a mojar. Hasta el martes»
¡¡¿Cómo es posible que alguien quiera vivir así?!!
Cuando nos alejábamos y la lluvia nos seguía mojando la mitad del cuerpo que el paraguas no llegaba a cubrir, Puri y yo, realmente afectados por aquel espectáculo tan infame, comentábamos: Es imposible comprender que haya alguien que pueda querer vivir en aquel banco de esta manera.
El próximo martes volveremos.
Y volveremos sólo para saludarle, para acompañarle, sin más pretensiones. Al fin y al cabo no somos nadie para erigirnos en salvadores de nadie. Y hablaremos de sus viajes al desierto, a la India…
A veces cuando estás tan ‘a pie de obra’ y ves tanta fragilidad, te viene la tentación de ayudar, de cambiar las cosas, de zarandearle ¡¿pero es que no vas a cambiar nunca?!
Y entonces también te vienen las frustraciones y los equívocos; porque, casi sin darte cuenta, empiezas a ponerte objetivos. Objetivos que son los tuyos, pero no los de él y te olvidas que lo que pretendes no es hacerle cambiar, sino restablecer derechos y que los derechos quien los puede reclamar únicamente es quien los tiene enajenados, o sea, el otro. Que a tí solamente te toca estar a su lado y, en todo caso, y sólo cuando él lo solicite, facilitarle el acceso a esos derechos (si es que entonces esta sociedad que tenemos se lo cree y se lo permite y tiene disponibles los recursos adecuados para darle sus derechos).
«Al principio querían llevarme; ahora, no. Se han convencido de que yo no quiero irme». Le comentaba un día Esteban a un vecino, refiriéndose a Puri y a mí.
Enrique